Violencia

Melina Romero: «La mala víctima»

Melina Romero fue presentada, como muchos otros jóvenes pobres, por sus carencias: ni estudiaba, ni trabajaba, ni era una «buena adolescente». Confirmada su muerte, hoy no es una buena víctima. Para Ileana Arduino, abogada con experiencia en políticas de género, el caso Melina es la consecuencia de modos de relación dominante: vivimos en sociedades que enseñan a las niñas a no ser violadas en lugar de enseñar a los varones a no ser violadores.
Por Ileana Arduino

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Auyero: Una indignación que crece en silencio

El sentimiento de traición ante la complicidad estatal con el delito en el conurbano produce una herida que desafía la rectitud del orden social y que debería ser escuchada a tiempo
Por Javier Auyero*

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La Era de la Violencia

¿Será que la supremacía del Neoliberalismo en América Latina, no tiene tanto que ver con el triunfo de la circulación y especulación financiera de capitales, sino con la introducción hasta lo más profundo de nuestras fibras de todas las formas de violencia conocidas y de la destrucción de las redes sociales?
En los últimos treinta años se ha vaciado de sentido nuestra experiencia histórica como pueblo, despojándola de contenidos y afectos. Basta sólo recordar en voz alta para que se nos obligue a caer en un pozo de silencio, creyéndonos protegidos y al margen de los procesos sociales que nos arrojaron a este presente.
El silencio –y su violencia-invadió la totalidad de las esferas de la existencia del sujeto. Los “ciudadanos comunes” – personajes imposibles de describir sin caer en la hipocresía -, encuentran sus vidas controladas por la necesidad de protegerse, entrando en un estado de parálisis que restringe sus relaciones con pares y vecinos.
El silencio, con la ausencia de la palabra, sembró la indiferencia. Se naturalizó la impunidad, al punto que se hace lícito que los brazos de la Justicia, no golpeen las esferas del Poder. Las personas han renunciado al derecho de participación social y política, cubriendo con un manto de descrédito a toda iniciativa, reivindicación o reclamo colectivo.
El desprecio que han adquirido los valores de equidad y justicia social, es casi tan grande cómo el crecimiento de la lucha por la competencia y el individualismo.
La violencia, y su silencio, es ejercida por las instituciones de control social pero también por las de control informal. Ejemplos de éstas últimas, son la expulsión masiva de las estructuras de la educación formal que sufren a diario nuestros jóvenes, la precariedad de los centros de salud, y el abuso y arbitrariedad de las empresas monopólicas prestadoras de servicios básicos.
Así como el descrédito hacia la política es parte fundamental de la implantación de la violencia, la economía de mercado ha triunfado creando la dicotomía entre el “integrado” y el “excluido”. El único requisito para estar “adentro”, es responder al estímulo de consumo esperado.
El pobre construye su imaginario de integración e identificación. Si altera su pasividad –el orden del sistema-, las políticas de Seguridad Ciudadana, lo reencausarán en la desigualdad social de su “integración”.
El Orden de las Cosas –en fin- la violencia y sus silencios, es el que permite que el pobre sea perseguido en las cuidadas calles céntricas, donde circula, ostenta y reproduce la riqueza.
Sólo podrá acceder a ellas para ser explotado o encarcelado, y volver luego a su barrio para sobrevivir en la ilegalidad a que lo condenan las leyes y las ordenanzas. El delito entonces, se convierte en la llave para vivir a su manera, la fiesta de los sectores acomodados, los funcionarios corruptos, el tráfico, la trata, y los robos a gran escala que se producen entre paredes de ministerios.
Hablamos del mismo orden de cosas que nos inserta continuamente en una gran maquinaria burocrática y sistemas de información general, que restringen nuestra experiencia cotidiana a una ensalada humillante y repetitiva de manoseos institucionales y consensos sociales que regulan nuestra parálisis.
La violencia subterránea que encierra la vida “tal como es“, nos seduce y moviliza según nuestro nivel de acceso al consumo. Para ricos y pobres, las múltiples promesas de bienes y servicios se suceden unas tras otras, como pases mágicos que convierten nuestros deseos más superfluos, en necesidades de primera línea. Escenario donde los sectores más empobrecidos corren esta carrera con el peso de las necesidades básicas insatisfechas, y la incertidumbre cotidiana que va de la mano de la certeza, de caer en un futuro endeudamiento.
Las tres cuartas partes de la población de América Latina, vive en esas condiciones: demasiado pobres para saldar una deuda, demasiado numerosos para encerrarlos a todos, demasiado preparados para el consumo.
La Industria de la Pobreza necesita pobres cada vez más pobres. Esa es la moneda de cambio del nuevo siglo. Seres hambreados y dispersos; aterrorizados y silenciados. De esto se trata la Seguridad Ciudadana. De esto se nutre la Era de la Violencia.